El 2 de septiembre de 1984, alrededor de las 23:35, los vecinos de la calle Libreros escucharon un estruendo tan grande como una bomba, tan vibrante como un seísmo, tan aterrador como una muerte. La casa abandonada del número 13 se había venido abajo.
No hubo que lamentar más desgracias personales que el susto inicial.
Sobre el derrumbamiento fueron cayendo los años, sin más obra que la construcción de un muro para encerrar a la casa desmoronada.
Donde la calle Impresores corta con la de Libreros, la construcción del muro es tan incorrecta que las grietas han degenerado en boquete, por el que cualquier niña intrépida puede colarse sin problemas.
Morgan lo sabe bien. Hay que meter primero una pierna, luego la cabeza y el resto es fácil. Apenas hay que andar quince pasos, para que la suela de sus zapatos de charol repiqueteen sobre lo que fue el piso de la biblioteca.
La casa ha sido saqueada tantas veces, que lo único que quedan son libros… Los libros que todavía no ha robado Morgan.
La primera página de cada libro proclama: “Soy de Luca”. Un niño con mala caligrafía que a lo mejor ya está muerto en el interior de algún señor con corbata. Es lo que Morgan se cuenta a sí misma, cuando la conciencia se le sobresalta al mirar cómo aumenta su botín literario.
Hace dos semanas la policía sorprendió a Morgan en pleno robo. Se la llevaron a comisaría. Llamaron a sus padres. Éstos le quitaron el libro y la amenazaron con castigarla un año entero si volvía a acercarse a la casa ruinosa.
Los agentes de policía dieron la razón a los padres, censuraron el ceño fruncido de Morgan y la amenazaron con decomisar lo robado si desobedecía a sus progenitores.
La madre de Morgan terminó por romper a llorar:
—¡Pero cómo se te ocurre entrar ahí! ¿Es que no te das cuenta que estás jugándote hasta la vida, pisando un terreno inestable que no conoces?
Morgan se daba cuenta. Claro que se daba cuenta.
Pero en las historias de los libros de Luca, Morgan había empezado a hacer descubrimientos: la cara oculta de la luna; las profundidades tenebrosas del mar azul; el miedo que da ser valiente; que los amigos brillan en la oscuridad; que un final feliz también es triste; que en el epicentro de una pena es posible una risa; que la soledad es un mapa de tesoros; que los monstruos existen y parecen personas; que el camino marcado no siempre es mejor…
¡Cómo no apropiarse de los libros de Luca!
Morgan intuye que se juega la vida si se adentra en el mundo sin conocer esos libros.
Caminando por el terreno inestable de la siniestrada biblioteca de Luca, Morgan pisa un suelo más firme.
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